martes, 29 de noviembre de 2011

Una lección de navidad.

por Alba Jáuregui García

No sé bien realmente que sucedió aquel día, lo único que supe fue que desperté, y había pequeños copos de nieve cayendo del cielo. ¡ERA NAVIDAD! Así que bajé, ni las pantuflas me puse, fui a donde se encontraba el árbol. Para mi sorpresa, no había ningún obsequio, o no sé si no mire bien, así que me tallé los ojos y volví a ver. Sólo vi una pequeña cajita atrás del árbol, ni moño tenía, tampoco decía para quien era, pero mi curiosidad era grande, yo sólo quería ver que había dentro, así que la tomé, fui a mi cuarto y puse la puerta bajo llave. Me senté en la cama y me decidí a abrirla. Cuando descubrí lo que había dentro me quedé atónito, era una pequeña estatua, de algún tipo de duendecillo obeso, pelirrojo, sonriente, un tanto chapeado y vestido de verde.


Cuando lo vi me dio risa pero al mismo tiempo me quedé pensando, por qué algo tan estúpido, por qué no un juguete, algo que me diera horas de diversión, en cambio me dieron a un cochino duende de pacotilla. Quedé desilusionado, mis papás no sabían aún que yo conocía la verdad sobre papa Noel, o sea, que eran ellos, llegué a pensar que ni se molestaron en encontrar algo para mí, o por lo menos me hubieran hecho caso, en las señales o cartitas en el árbol mas obvias que nada. En fin, ese día no fue muy bueno, pues no había recibido un buen regalo.

Pasé el resto del día solo comiendo pavo con mis padres en la mesa, creo que éramos extraños porque ninguna de las personas a las que invitamos fue a la dichosa cena, aun así, siendo nuevos en ese pueblo, éramos raros, ninguno de nosotros lo notaba, solo los demás, CLARO, unos holandeses en el medio de los Estados Unidos. Para serles sinceros, yo me sentía raro, pero no fue nada, digamos que era la primera navidad en un nuevo país y no fue las más agradable del mundo. Después de ese pesado día, me fui a dormir. Esa noche fue poco común, ya que al principio no podía dormir, pasé como dos horas enredándome solamente entre las sábanas, cuando por fin me acomodé, comencé a escuchar unos murmullos muy extraños, de una voz muy aguda, así que me levanté a buscar de dónde salían aquellos murmullos y sí, encontré la fuente, el armario, lo abrí, pero no había nada fuera de lo común, sólo un pequeño destello en la caja del pequeño duende. La abrí y algo increíble pasó, me sentía extraño y no estaba en mi habitación, estaba entre la nieve y ya, no había nada mas, sólo ese molesto murmullo, parecía rechinido de puerta vieja, pero era la única pista que tenía, así que seguí ese molesto ruido, caminé horas, y horas, y horas, o por lo menos eso me pareció a mí, hasta que vi algo a lo lejos de un pequeño montículo de nieve: una enorme casa de dulce, con enormes muñecos de jengibre y botones de gomita vigilando afuera. Se me antojó tanto entrar ahí, pero no podía porque las galletas me verían. Caminé con toda discreción hacia la casa, pero por alguna razón no hicieron nada, así que me metí y al entrar vi a esa figura enigmática, al duende, pero la gran diferencia era que ahora estaba más grande y se movía, hacía todo lo que hacía yo, por cierto era como 10 veces más grande que yo, ¡era real!, y vi en su rostro una profunda tristeza así que me escondí, me quedé pensando por qué las galletas no me habían visto, será porque yo estaba muy pequeño, o algo así, y el duende se levantó de su aposento, y gritó ¡es un niño! Puedo sentirlo, aparte, lo puedo oler, y me encontró, no voy a mentir, me dio mucho miedo, pero sólo me quede callado y en el duende ahora una cara nueva de felicidad, pero al mismo tiempo de decepción. En cuanto me sentó en la mesa y me sirvió un poco de leche y galletas tuve la ligera impresión de que era muy buena onda, así que le pregunte que por qué estaba triste y me dijo que no podía entender porque los niños ya no querían felicidad y alegría en navidad, que sólo querían juguetes, así que decidí entregarme a ti, porque sé que eres uno de ellos, ¿que acaso no te hice feliz?, y yo lo miraba porque me sentía culpable, pero después le respondí: eso fue antes de que supiera de ti, pero no sé, creo que los regalos nos hacen felices y el duende puso su cara de tristeza, pero ahora mayor, y susurró, ese es el problema, eso no es felicidad, sólo es... nada más que diversión, no felicidad, pero ya, no importa. Yo, al ver la cara tan triste de aquel pobre duendecillo, me entristecí, y entendí, por fin, cuál era el verdadero significado de la navidad y el duende lo entendió, me despedí de él y sonriente de nuevo, me dio una piedrecilla, caminé siguiendo mis pisadas de antes y de repente vi una poderosa luz y desperté y había pequeños copos de nieve cayendo del cielo. ¡ERA NAVIDAD! Pero ahora la diferencia era que la estatua del duendecillo estaba a un lado mío, junto con la piedrecilla.

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