miércoles, 30 de noviembre de 2011

La muerte de él.

por Sofía Oviedo Moreno

Se me hacía tarde, tomé una rebanada de pan y salí corriendo hacia el trabajo. Las calles estaban vacías, la gente disfrutaba de estos días. Monos de nieve por todos lados y niños corriendo, tropezando en la nieve. Todos eran felices, todos amaban la navidad. Todos menos yo.

Todos preguntaban por qué es así, por qué no ama la navidad. Nadie sabía la respuesta, ni siquiera yo. No tengo familia ni amigos, los perros que he comprado se han muerto de depresión, las novias que he tenido huyen de aburrimiento y lo único que yo tengo es mi aburrido trabajo.


Llegué al trabajo, contesté muchas llamadas, hablé con el mismo tipo de personas y nada cambiaba, todo era igual, cada día de mi vida.

Cerré los ojos, me recosté sobre el caro sofá de mi grande oficina y pensé en lo despreciable que era. Nadie me quería. Era la persona más antipática que existía. Le pagaba a la gente para que me saludara en las mañanas, soy un sujeto que simplemente tuvo suerte y ganó mucho dinero de la noche a la mañana. Gané la lotería y la invertí en una compañía de licuadoras, licuadoras geniales, quién podría creer que las amas de casa desperdiciarían tanto dinero en licuadoras de acero inoxidable y con bonitos diseños. Podía tenerlo todo y había tratado de hacer cualquier cosa para ser feliz. Comencé a comprar todo lo que vendían por televisión, comencé a ir a cursos de encontrarte a ti mismo, limpias espirituales, hasta llegué a acudir a misa todos los días, pero nada funcionaba .

Tomé la pistola que guardaba en mi cajón y disparé...

La bala no salio.

Subí la mirada y se encontraba parado frente de mi una clase de duende.

-¿Quién eres? -pregunté.
-¿La pregunta es quién eres tú?
-Yo no soy nadie.
-¿Si tú no eres nadie entonces quién me esta viendo? ¿Quién habla conmigo?
-Déjame solo, no molestes, duende gordo.
-No estoy gordo, es el traje y la magia de la navidad, pero aun así yo no soy el que trata de morir y se odia.
-No tengo ninguna razón para seguir aquí y nadie me extrañará.
-Pero tienes que hacer algo para la humanidad, no me interesa si quieres morir, sólo me interesa que hagas algo por alguien.
-¿Como quién?
-Como él.
    El duende señaló a la ventana. Me asomé, se encontraba un niño solo y temblando de frío.

    -Has pasado tanto tiempo pensando en tu tristeza que no te has fijado en las personas que necesitan tu ayuda, dale un pan, una cobija e invítalo a cenar a un rico restaurante.

    Salí , crucé la calle y hablé con él .

    -Hola, ¿cómo te llamas?
    -Miguel.
    -Bueno, te invito a cenar pay de guayaba, ¿gustas?
    -No.
    -Ok.

    Regresé con el duende a mi oficina.

    -No quiso venir
    -Qué mal, te tendré que matar.
    -Ok.
      Sacó un cuchillo y me mató.

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