viernes, 22 de marzo de 2013

5475 días, más los que faltan...



Desde que inició mi vida sólo me acuerdo de unos pocos acontecimientos y de ellos apenas unos detalles. Por lo que si en algún momento de este texto no me acuerdo de todo y compongo las cosas de manera que salgan los más parecido a como fueron, espero ningún testigo lo note. En realidad no pensaba que los testigos de aquellos días fueran a leer mi relato de lo que alguna vez pasó con ellos.

Algo que muchas personas dejan de lado una vez que crecen es la niñez. Quizá porque nos sentimos demasiado grandes como para darle importancia a las tonterías que pasaron hace tanto tiempo, o tal vez simplemente porque lo olvidamos ya que comienzan a haber cosas relativamente más importantes. Hace poco tiempo leí en algún lado una frase que decía: “¿El niño que fuiste antes estaría orgulloso de la persona que eres hoy?”. La verdad no se mi respuesta, pero pienso que deberíamos tenerlo presente, o al menos, recordarlo de vez en cuando ya que la versión más auténtica de nosotros es la de niño.

Mi niñez fue un tanto tranquila, no acostumbraba a hacer muchas travesuras ni cosas por el estilo, el solo hecho de dejar de lado mis juegos e imaginación me daba mucha flojera, y a veces molestar a los padres y demás no era lo mío. Creo que era demasiado reflexivo en ese entonces, a veces de más, lo cual tiene sus ventajas y desventajas. Por un lado casi nunca me metía en problemas, pero por el otro no siempre me divertía como los demás, digamos que prefería hacer otras cosas. 

De los primeros acontecimientos más claros que recuerdo son las visitas de mis primos a casa de mi abuela (madre de mi madre) y las travesuras que ahí hacíamos. Esas no las consideraba travesuras en sí porque en realidad me divertía mucho, pero pensándolo ahora éramos como hormigas que llegábamos cada fin de semana a la cocina y la vaciábamos dejando solo lo que no podíamos comer ni usar para jugar.
Mi abuelita en ese entonces vivía en un departamento en la Martinica, segundo piso para ser exactos. El edificio era color crema oscuro, creo que aún después de casi siete años sigue pintado igual. La verdad pienso que le haría falta una repintada. Eso les pasa a todos los edificios grandes, se van oscureciendo y dan como un aire de abandonado. Su departamento tenía tres cuartos y podías entrar por dos puertas diferentes, una en la sala y la otra por la cocina, lo cual me encantaba no sé por qué.
Por dentro estaba bonito, adornado con un cuadro grande de mi abuelo en el comedor, en la sala un reloj grande de esos que tienen un péndulo y una vasija gigante donde si la volteabas podías encontrarte cualquier cantidad de cosas que toda la gente de la familia metía ahí o se le caía por accidente. Los sillones eran color vino y bastante cómodos a decir verdad y había una mesita de vidrio y madera en medio en la cual recuerdo haber cabido algún día. Había muchas cosas, pero principalmente esas son de las que más me acuerdo.

Un día de esos muchos, llegamos y estábamos en uno de los cuartos Elisa y Carlos, dos de los primos con los que pasé la mayor parte de mi niñez, si bien antes no tenía muchos amigos ellos lo eran. Esa vez nos encontrábamos sentados pensando qué íbamos a hacer. No tardamos mucho rato pensándolo.
-          Y si jugamos a Narnia – preguntó uno de nosotros. Narnia era una serie de libros que en ese entonces hace poco tiempo habían sido llevados al cine. Trataba de aventuras y espadas, lo cual era perfecto para mí.
-          Va – dije
-          Oigan acá hay unos abrigos igualitos a los que usan en la película- dijo Elisa mientras abría el clóset del cuarto.
-          Wow son los mismos – exclamó Carlos.
-          Sáquenlos y los regresamos al rato-.
Así fue como sacamos los abrigos del departamento y terminamos afuera en el jardín jugando, arrastrando y ensuciando los abrigos de piel más caros que he usado para jugar. Después mi abuelita se enteró por medio de un vecino que traíamos los abrigos de mi abuelo. Ese día todo acabó en regaño pero creo que por una parte valió la pena, no siempre te puedes divertir así. Teníamos como unos ocho años aquella vez, mis primos y yo siempre hemos sido de la misma edad, lo cual siempre dio pie a travesuras juntos. Pero enserio, para mí no lo eran, porque estoy seguro que había niños que hacían cosas por el simple hecho de fastidiar a la gente, a mí me gustaba darle un sentido diferente.

Creo que no queda de más apuntar que una vez oficiamos misa por la muerte del perro de un primo, igualmente disfrazándonos con la indumentaria familiar, otra jugamos a lanzar piedras al aire y casualmente una le calló al BMW de un vecino. Casi siempre nos quedábamos a dormir y hacíamos algo a lo que le llamábamos “club”, al cual solo podíamos entrar nosotros. En realidad eran los sillones de la sala juntos con un par de sillas a los lados, sabanas tapando por todas partes y un montón de comida en la parte debajo de las sillas. Mi abuelita solo decía cada que volvíamos a construirlo:
-ahí van otra vez-. Aunque ni la escuchábamos, esos días eran realmente divertidos.

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